Muerte de un artista callejero

Publicado en por decoroso buscón

banksy

Dedicado a Diego Felipe Becerra.

 

Cuando muchos miramos sobre la Plaza de la Nieves, el policía gigante tenía agarrado a Pepe López y lo zarandeaba con sus brazos de fortachón un largo rato. Mucha gente se lanzó al andén: caminantes, vendedores, algunos vestidos de payasos en función. Y se lo arrebataron al policía entre varios con prontitud, en el jaloneo parecía doblarse como un trapo.

 

 El policía quedó en medio de la calle, enfurecido y solo, verde oscuro la cabeza con su tapabocas de lana y la porra de caucho enfundada para una batalla de espadachines románticos, rojo en sus ojos hasta el odio. Magnolia lo retó a que se la llevase, con ese grito de gesta, entre la multitud y la furia. Se veía una pequeña mancha de sangre roja del artista golpeado entre las hendiduras de la chaqueta reflectiva del policía. Tras un golpe y media puñaleta por esquivar, unos chuquaros lo jalonaron cascabeleando, con las manos anudadas con esposas de plástico y dulce blanco.

 

  Salió otro artista de la calle, Augusto, confundido porque nadie sabía lo que estaba pasando. Corrían algunos por el trajinen, rumbo a la comisaría, y otros se devolvían a hurtarse los trozos de mármol mojado de las pequeñas esculturas malhechas que vendía el pobre Pepe. Pasaba un lotero, con la cabeza desordenada escondida de la luz. Preguntaba alguien:

 

— Alonso, ¿Has ido tú?

— Yo no, pero ya fue Gilberto…--Y desde lejos, doblando la calle, hacía un ademán en forma de decapitación.

 

   Al otro lado de la séptima, los niños cantantes de baladas llaneras, unos con altavoces, otros a voz en cuello, organizaban una revuelta popular contra la persecución de la policía y el atropello de sus caballos. El grito y la furia. Un viejo ajedrecista vestido de paño gris gastado, ensimismado, lloraba en el poyo de un árbol. Nadie se movía, nadie se iba, todos estáticos. Unos negaban la evidencia de lo que habían visto: “No, qué va, ese man se lo buscó”. La plaza de las Nieves estaba detenida en pie y en un silencio elocuente. La rompió un vozarrón de ebrio:

 

— ¡Se murió, que se vayan todos!

Y otros:

— ¡Cállese guevón, está borracho usted¡

 

   La calle vacía, de gris negrusco. En donde fue la refriega y se vio un charco de sangre, una mancha cristalina de agua lluvia. Sobre un rumor de papeles colgantes de avisos morados y azules corrían nubecillas de humo de tabaco, fugaz pero sin prisa. Por fin alguien se tiró al asfalto a abrir la hienda del espectáculo barato, y los demás lo miraban, por distraerse.

 

  Pasaron entonces por la orilla de la calle una pizarra que un niño flaco sostenía con un letrero que decía: “cancelado la función de circo por la muerte de Pepe López, artista de miniaturas”. Y a medida que el cartel avanzaba a trompicones entre la gente de la calle, reventaba en gritos y palmas el jolgorio, y había unos vagos que lloraban y otros que no. Un mimo colocó la caja de cartón de Pepe López en el centro de la función del circo improvisado en la carrera séptima, y otros un ramo de azucenas tapando la mancha de la sabana que cubría la roja en el lugar de la función.

 

 

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